"Me voy feliz"

"M, qué te llevas de nuestra sesión de hoy?"
"Me voy feliz, muchas cosas hicieron sentido en mi cabeza y por fin puedo entender muchas cosas".
Con M hoy hablamos de autoestima y límites. Dos conceptos súper relacionados porque los límites que ponemos en nuestra vida para defender nuestros derechos y necesidades, están ligados a nuestra percepción de nuestro valor.
En simple, si yo no creo que soy valiosa, válida, digna de amor, me voy a relacionar desde una posición desventajosa con el otro, porque por lo general cuando veo muchos defectos en mi, el otro que, según yo no tiene esos defectos, parece estar más arriba que yo.
Peor aún, como mujeres, se nos ha socializado como lo que Simone de Beauvoir llamó el "segundo sexo", refiriéndose a que nacemos siendo de segunda clase, inferiores.
Si además de esta socialización le sumamos experiencias traumáticas y dañinas en nuestra infancia, en donde nuestros padres nos maltrataron o abandonaron emocional o físicamente, crecemos creyendo que no somos válidas ni queribles y por ende, no nos hacemos respetar.
Peor aún es cuando, en el intento de recibir amor o atención de padres negligentes o maltratadores, internalizamos que para ser queridos debemos hacer lo que los otros quieren.
De esta manera, repetimos esa manera de relacionarnos en las distintas etapas de nuestras vidas.
"Si hago lo que otros quieren entonces seré aceptada"
"Si soy perfecta entonces quizás me tomarán en cuenta"
"Si no digo lo que pienso no genero conflicto y no me dejan"
Y así, la vida se va en relaciones verticales o de poder, donde nos relacionamos desde la sumisión y la negación, a veces total, de las propias necesidades con tal de encajar o ser aceptadas.
Como dijo Marcela Lagarde, la autoestima es política, es decir, no solo depende de la persona sino del contexto y sociedad en la que está.
¿Cómo voy a valorarme si mi entorno me tira para abajo, me maltrata?
¿Cómo me quiero si por todos lados me dicen que no soy querible?
Hoy M pudo ver todo esto. Y se fue feliz de poder entender porque se había sentido así toda la vida.
Entendió que nunca fue su culpa.